Hoy que es domingo voy a hacer un pequeño comentario sobre algo menos conflictivo de lo habitual pero no por ello menos importante a mi juicio. Los que me conocen un poco saben que me gusta bastante lo inglés. Los zapatos ingleses, menos estilistas que los italianos pero más clásicos, fuertes y duraderos, las chaquetas tweed, los cardigan, el futbol inglés, directo y apasionante, la Guinnes y, sobre todo, el ambiente de sus ciudades cosmopolitas.
Por eso, como enamorado de lo ingles, de su estilo clásico, me encantan sus taxis. Son como ellos, clasicos, elegantes, confortables y de líneas sencillas. Probablemente por ello no me gustan los nuestros, convertidos en los últimos tiempos en soportes de múltiples anuncios y con una imagen que, en mi opinión, dista mucho de lo que a cualquiera que llega de vacaciones le gustaria encontrarse.
Por otra parte, las licencias de taxi son discrecionales y son los Ayuntamientos los que, tras analizar la necesidad de su aumento, conceden su ampliación, pudiendo, caso de utilizarse de forma ilegal, anular la concesión de las mismas. Por tanto, sería discutible la capacidad de los titulares del servicio para disponer de la utilización de sus vehículos como anuncios motorizados sin la previa autorización municipal y, como mínimo, debiera exigirse una ordenanza que regulase el tamaño, color y tipo de publicidad amén de la previa autorización del órgano administrativo correspondiente.
Todo esto dejando aparte la incidencia negativa que sobre el tráfico pueda tener como consecuencia de distraciones de otros conductores que quisieran, por ejemplo, tomar nota del teléfono de un restaurante o de un bar con lucecitas, humo y señoritas que, haberlos, hailos.
Además, siempre en mi opinión, son feos de cojones.
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