Amy entra en el club de los 27


La persona que me llamó para darme la noticia de la muerte de Amy se refirió al hecho de que una noticia, no por ser muy esperada, deja de sorprender. La muerte de Amy, largamente anunciada por ella misma con su desenfrenado ritmo de vida y su falta de respeto por el arma usada en el crimen, no ha impedido que una descarga eléctrica, distinta de la que necesitaba, haya recorrido mi cuerpo.
Cuando el último día les hablaba de mis aficiones musicales, de mi gusto por el blues y el jazz, omití decirles que Amy ha sido para mí el último descubrimiento de algo parecido a lo que significaron en su día Janis Joplin, Julie Driscoll o Maggie Bell.
Amy ha conseguido entrar en la lista de malditos del rock de la generación de los 27, todos muertos a esa edad en la plenitud de sus vidas. Janis, Hendrix, Morrison, Brian Jones o el propio Cobain, harán un hueco en el estudio de grabación en el que seguro continúan escribiendo la partitura de nuestras vidas.


La canción que acompaña estos comentarios la interpretó en su día Billie Holliday, una de las claves para entender la figura de Amy y, sin ninguna duda, musa y precursora clara de un peculiar estilo de entender la música. Con Amy cambié en parte mi idea de que nada nuevo se ha hecho en el panorama musical desde finales de los ochenta. Ella y solo ella me ha hecho reflexionar y volver a retomar costumbres antiguas en las que la música era parte fundamental.
Nos dejas jodidos Amy. Sólo nos queda el consuelo de que si tu vida no te sirvió a ti, tu música si nos sirve a todos. Estás donde quisiste estar y eso ya es mucho para alguien. Descansa en paz.