Si yo tuviera que explicar en dos palabras a un marciano lo que ocurrió ayer en el parlamento sería harto complejo de conseguir. Un líder, en mi opinión un verdadero líder, alguien muy alejado de los héroes de novela de aventuras, de apariencia gris, pero de convicciones firmes y un sentido patriótico de la actividad política, puso negro sobre blanco las necesidades y carencias de nuestro país y desgranó, con convicción firme y dolor por el esfuerzo exigido, los recortes y concesiones que sus compatriotas han de hacer en los próximos meses. Puede que aparente ser un líder gris, puede que haya pretendido serlo de forma voluntaria, pero Mariano Rajoy demostró ayer que, a priori, es el líder que este país necesita. Es posible que el tiempo, juez inapelable, me demuestre mi error, pero, hoy por hoy, y con la experiencia de las mentiras y engaños de los últimos años, me quedo con la verdad aunque me duela, con los recortes aunque afecten mi economía y con un gobierno en el que su máximo exponente antepone la verdad sobre cualquier otra circunstancia.
Lo otro, no crean que no estaba esperándoles en mi interior, no es de recibo. Son mis compañeros, si, pero estoy seguro que esa actitud de niños ante su primer día de colegio no les habrá gustado a ustedes como no me ha gustado a mí. Esas manifestaciones de alegría injustificadas y exageradas en un país con cinco millones de parados, han llegado a los ciudadanos de la misma forma que la seriedad del próximo presidente del gobierno, pero en contraria dirección. Y flaco favor le han hecho a Rajoy, empeñado en dotar de seriedad y transcendencia a su discurso ante las Cortes, la frivolidad y falta de rigor del comportamiento de sus compañeros del Congreso. Esperemos que sean capaces de entender el mensaje. En caso contrario serán los ciudadanos los que nos enseñen el camino, otra vez, de la cruda y fría oposición.
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