RUINAS

Tal y como se señala en el preámbulo del estatuto de Andalucía, nuestra comunidad ha conformado una robusta y sólida identidad que le confiere un carácter singular como pueblo. Si a esto le añadimos la confluencia de culturas y civilizaciones que han dejado su huella entre nosotros, tendremos que concluir que atesoramos una riqueza cultural y un perfecto mestizaje debido a los distintos hábitos, costumbres y modos de vida que hemos aglutinado.

No voy, como comprenderán, a hacer un compendio de una historia mil veces escrita sino a poner de manifiesto los inconvenientes que un estudio llevado a la exageración de lo antiguo, tiene para el desarrollo de lo moderno .Cualquiera que se mueva hoy por el centro de Estepona se preguntará, como hizo un conocido director de cine en Madrid con las obras de Gallardón, como será de bella nuestra ciudad una vez hayamos encontrado el tesoro. Nadie en su sano juicio puede estar en contra del respeto a nuestros ancestros ni del rescate de los restos de civilizaciones milenarias pero ¿Es necesaria realmente la acumulación de cientos de restos de cadáveres de unas u otras civilizaciones? ¿Debe detenerse el progreso por tener una mayor cantidad de ejemplos de lo mismo? A mi juicio, todo lo que suponga novedad e interés histórico debe ser estudiado y conservado y, en la medida de lo posible, mantenido en su ubicación tratando de hacerlo compatible con el moderno desarrollo de las infraestructuras de la ciudad. Zonas amuralladas, útiles varios, aperos de labranza y restos de antiguas viviendas y patios deben ser rescatados y estudiados, pero de la misma forma debe analizarse el perjuicio en forma de tiempo y dinero que la exageración conlleva. Y, sobre todo, si todos debemos apretarnos el cinturón en tiempos de crisis, no veo porqué deba existir una casta aparte, los arqueólogos, cuyas retribuciones deban satisfacerse al contado, aunque no haya cobrado el contratista de la obra, y se les permita, en el colmo del disparate, el derecho de pernada sobre la continuidad o no de las obras, sin ningún tipo de responsabilidad sobre las consecuencias de su decisión.

Estas consecuencias, de sobra es conocido, las pagan en primer lugar los menos culpables, los trabajadores de la contrata, que ven como peligran sus puestos de trabajo y retribuciones por el dislate de unos y otros, en segundo lugar los vecinos que ven sus calles empantanadas durante largos periodos de tiempo sin explicaciones convincentes y, por último, los comerciantes del centro de la ciudad que sufren pérdidas incontables como consecuencia de las calles levantadas y la presencia de roedores moviéndose libremente en las puertas de sus negocios.

La pasada semana, uno de los compañeros de nueva incorporación a esta casa proclamaba al ladrillo como ganador de las elecciones en la Costa del Sol. Opiniones hay para todo, cada uno tiene la suya, pero a mi juicio nada más lejos de la realidad. El ladrillo, bien acompañado de zonas verdes, parques y jardines, dotaciones culturales, educativas y sanitarias es no solo el gran perdedor, sino el gran activo a recuperar. Compañero inseparable del turismo de sol y playa, de los campos de golf, de la vivienda protegida, del desarrollo de marinas y puertos deportivos es, hoy, el gran perdedor de una legislatura para olvidar.

Supongo que culpabilizar al sector inmobiliario de todos los males es objeto de medalla de reconocimiento en determinados foros, pero dinamitar el motor y fuente de supervivencia económica de la Costa del Sol es un error que solo quién jamás aceptará la responsabilidad de gestionar recursos económicos puede permitirse.

Por el otro lado está de moda la autocrítica. Pesos pesados de la política están saltando al ruedo de la exigencia de cambios en el Partido Popular. Todos ellos exigen autocrítica y cambios, tanto en las ideas como en las personas. Curiosamente, ninguno se cuestiona a si mismo, ni en lo uno, ni en lo otro.