
Los raqueros en los albores del siglo XX formaban parte del paisaje cotidiano y entre sus actividades se cuentan su capacidad de atracción para el resto de los ciudadanos. Pasaban la mayor parte de su tiempo en las zonas marítimas, generalmente desnudos o semidesnudos y subsistían a base de pequeñas cantidades de dinero que se les pagaba por recuperar los objetos que caían al agua, sombreros, alpargatas, paraguas, además de servir de atracción a los transeuntes a base de recoger las monedas -perras chicas generalmente- que les arrojaban al agua y sacaban en su boca.
Toman, asimismo, la acepción de raqueros unas pequeñas embarcaciones a vela que sirven para el aprendizaje de los jóvenes. Estas embarcaciones son de diseño español y suponen la alternativa a las Caravelle francesas. El nombre procede de la misma época en la que eran denominadas de esta forma grupos de chalupas que se dedicaban al robo y saqueo de naufragios cercanos a la costa.
Hoy, son denominados raqueros los jóvenes de extracción social baja, normalmente de barrios periféricos y, en general, todos aquellos que con su conducta alteran la normal convivencia pacífica de una ciudad burguesa y muy apegada al que dirán. Nada que ver con el recuerdo entrañable de los buscavidas, algunos de los cuales asistieron en su época madura al incendio de la ciudad en 1.941.
La imagen que inicia esta entrada es un original del año 1.890 y ha sido inmortalizada en el muelle de Calderón, junto al Club Marítimo de Santander, mediante un grupo escultórico que refleja con exactitud las páginas de la memoria de algunos santanderinos que, como mi padre, fallecido recientemente, vivieron aquella época.
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