Es casi seguro que ustedes no conozcan el origen de la palabra hortera pero seguro que distinguen a uno a kilómetros de distancia. Algunos colocan el origen de tal denominación en las escudillas con las que los pobres y mendigos de principios del siglo pasado acudían a las casas de beneficencia a recibir la entonces llamada sopa boba. De ahí que, por asimilación, se conocieron de tal forma los distintos recipientes que se usaban en las reboticas para las fórmulas magistrales. Herederos directos de la definición fueron quienes más las usaban, los mancebos de la farmacia, encargados de su limpieza, colocación y transporte. Por añadidura el término hortera terminó por definir a estos muchachos que, sin condición, oficio y posibilidades económicas, trataban de emular a sus patronos y a los clientes de alta condición imitando ropas, maneras y lenguaje que en ellos resultaba ridículos. Es este afán de ascenso social ficticio el que da lugar al uso despectivo del vocablo hortera para definir a los que tratan de aparentar más de lo que son y, en mayor puridad, a aquellos que gozan de un gusto dudoso, maneras exageradas y tratan de aparentar lo que no son.
Trasladado a época más reciente, recordaran ustedes en la época de González como presidente del gobierno, cómo las calles se llenaron de horteras con el Cinco Días o El País bajo el brazo en un afán de aparentar la pertenencia a una tribu de cientos de miles de escogidos, pseudointelectuales de izquierdas, que no resistirían medio asalto de conversación mínimamente inteligente. Dos décadas más tarde son sencillos de identificar. Búsquenlos ustedes en el parlamento catalán, con sus camisas grises o rojas y corbatas negras, la levita de Guardiola o las chaquetas del tal Sala y Martín, ojala próximo presidente de la república independiente del Barca, o entre los “Canis” sevillanos de ropas anchas, gorras de béisbol ladeadas y medallones de oro al cuello. Otra especie es la nacionalista, sección separatista, con sus ropajes desarrapados convenientemente estudiados, sus flequillos semitiñosos y barba con aparentes señas de abandono. De un tiempo a esta parte florece en Andalucía el hortera playero de última generación. Verán como lo reconocen: camiseta sin mangas – preferiblemente de ricos colores chillones - barriga cervecera, pantalón corto plastificado, chanclas de un mal gusto exquisíto y un mini bolsito cruzado de hombro derecho a cinturilla izquierda, o viceversa, como complemento inseparable.
No me voy a esconder en generalidades, ya se que esperan que les identifique el hortera autóctono y no pienso defraudarles. Es bien sencillo. Síganle ustedes la pista a todos aquellos que han tenido algo que ver en la responsabilidad política, diseño, construcción, dirección de obra y, muy especialmente, en la elección del color azul piscina del carril-bici que está destrozando una de las avenidas emblemáticas de Estepona. Todos ellos, unos por responsabilidad directa, otros por inacción, los más simplemente por mal gusto, son Horteras con mayúsculas.
Como diría un buen amigo, Horteras con terraza y balcones a la calle.
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