Dos varas de medir









Si alguien piensa que me voy a cobrar factura alguna, ya puede irse olvidando. Eso no es óbice para que opine que la dimisión de Miguel Ángel López, por los motivos que haya estimado oportunos, no soy nadie para juzgarle, ha sido, todo hay que decirlo, de lo más inoportuna. Y no porque ni él ni nadie sean insustituibles, si no por la utilización que de este hecho se ha venido haciendo a lo largo de la semana por parte del Partido Socialista esteponero. O lo que queda de él.
Hay que tenerla dura, la cara me refiero, para que los representantes, local y provincial, de un partido que ha tenido que disolverse por las causas que todos conocemos y no es menester repetir, se lleven las manos a la cabeza por la dimisión de un concejal del partido rival cuando, y esto es lo grave, su máximo representante local conoce de primera mano las causas que le han llevado a hacerlo.
La razón, es obvio, no se encierra en el peso de López en el Partido Popular. Ni el que tenía hoy, ni el que pudiera haber tenido mañana. La razón, lisa y llanamente, es el miedo y pavor que el nuevo candidato les provoca.
Tampoco es para tanto. No será el primer profesional de éxito que deja la iniciativa privada para estrellarse en la pública. Yo no creo que vaya a ser el caso, pero pudiera ser así. La política, vieja traicionera, es un arma de doble filo en ocasiones y materia de escasa confianza. El problema, a mi juicio, no es lo de enfrente, si no la seguridad de quién alcanza tamaño estado de nervios,  de su propia ineptitud. Es decir, en este asunto, se juntan dos convicciones, a saber: la de que el Partido Popular ha acertado de pleno en su elección, candidato todavía joven, preparado, de éxito y cercano a los ciudadanos y, la otra, la desesperanza de ver cómo una oportunidad única, tras los sucesos de Junio de 2008, para enderezar un partido, se ha convertido en un ejemplo de sectarismo, falta de mano izquierda, enfrentamiento continuo con los empleados municipales e ineficacia en la gestión pública.
Tampoco nos sirve lo de candidato elegido a dedo. Si la memoria no le fuera infiel a Francisco Conejo recordaría que ya ocupando un cargo orgánico en aquel PSOE incipiente de Juan Fraile, el león de Ardales y Marisa Bustinduy, se tomó la decisión de presentar en Estepona la candidatura de Antonio Caba. De resultas de aquella, los hoy seguidores únicos de Valadez, la asociación Rosas Rojas, fueron expulsados del partido y les fue cambiada la cerradura de la sede de Pilar de Farinós con premeditación, alevosía e, incluso, nocturnidad. Aquella fue una decisión de partido, unilateral, nada asamblearia y probablemente necesaria para conseguir lo que a la postre se consiguió -el pacto a cuatro para desbancar a Jesús Gil de la alcaldía- pero, en definitiva, no consensuada con las bases. Y el señor Conejo participó de ella. Insisto, siendo un cargo orgánico de aquella ejecutiva provincial. La diferencia entre una decisión y la otra es que en el Partido Popular el tránsito se ha hecho desde el consenso interno, a propuesta del Comité local y con la clara intención de sumar. Entonces, señor Conejo, se restó. Y se disolvió la agrupación de Estepona.
Pero, como suele ocurrir en estos casos, los árboles no dejan ver el bosque. Y el bosque está en cada desgraciado paso que da este gobierno a la deriva. Ya sea en materia económica, lo de la deuda es de nota, como en materia urbanística - parálisis total- la guerra con los chiringuitos o la cara dura del asunto de las hamacas -más del ochenta por ciento no salieron a concurso- o en los asuntos de personal en los que han conseguido por fin poner de acuerdo a todo el mundo, cada vez que hablan sube el pan. Y mira que hablan.
En el otro lado, mientras, van consiguiendo lo que pretenden: sumir al gobierno en tal estado de nervios que dedican la mayor parte de su tiempo a hacerle oposición a la oposición. Con lo que pierden el tiempo necesario que debieran utilizar en gobernar. Al mismo tiempo van acogiendo a su alrededor a descontentos de uno y otro orígen que se suman a los ya convencidos y a los que, sin estarlo del todo, les basta abrir la prensa a diario para decidirse.