Nada que reprochar






Corría el mes de Febrero de 1.992. Mi madre, que falleció cinco años más tarde, comenzaba entonces su calvario hospitalario. Al final, un virus de hospital acabó con ella. Yo, por aquellos años, trabajaba en un banco en jornada de 8 a 3. Tenía, por tanto, el suficiente tiempo libre para turnarme con mi hermana y cuidar de ella durante su convalecencia. A ella le gustaba que yo le diera de cenar porque, al igual que yo, tenía buen saque y prácticamente a diario solía acercarme al restaurante de unos buenos amigos en la barriada de pescadores de Santander que eran, además, propietarios de un barco y me guardaban una buena pieza de la partija que se repartían antes de acudir a la lonja.
Aquella noche, noche de Febrero oscura, parecía presagiar algo. Había cenado ya y estaba en plena visita de las enfermeras que curaban el costurón que cruzaba su estómago. Yo me había acercado a la sala de visitas a echar un cigarro - entonces se podía - y observaba el movimiento serpenteante de los coches que bajaban a través de la Ciudad Jardín, salvando el pequeño monte que separa la zona de Valdecilla en la que se encuentra el hospital, del barrio de la Albericía que da acceso al mar por la zona norte de la ciudad.
Debo confesar que no escuché la explosión. Probablemente la altura, estábamos en la planta undécima, y el hecho de haber ocurrido al otro lado de la pequeña colina, por llamarla de alguna forma, impidieron que llegara a mis oídos, pero me asusté ante la profusión de sirenas y luces de los vehículos policiales, bomberos y ambulancias que comenzaron a llegar en dirección al hospital.
Bajé de inmediato al vestíbulo, todo hay que decirlo atraído por la curiosidad, y allí comenzamos a recibir las primeras noticias del atentado terrorista que ETA había cometido contra un vehículo de la policía en la Barriada de la Albericía, junto a las "casucas", en una de las zonas más pobres de mi ciudad. Ayudamos, muchos de los familiares que allí nos encontrábamos, todo lo que pudimos. Esperamos hasta que se nos dijo que no era necesaria la donación de sangre toda vez que tenían reservas suficientes y eramos más necesarios junto a nuestros familiares, dejando trabajar a los profesionales.
El resultado de la "valiente acción de los gudaris" fue de tres policías nacionales muertos que ocupaban el coche patrulla atacado y más de veinte heridos entre los vecinos de la zona. El responsable del comando terrorista se llamaba, y se llama, José Luis Álvarez Santa Cristina "Txelis" y hoy se ha autorizado su excarcelación, en un régimen de semilibertad, por parte de un ministerio del Interior que dirige un santanderino de Solares. 
Tan santanderino como mi madre y como yo. Tan santanderino como Pedro Ricondo y su hijo Antonio. Este último era uno de los ocupantes del vehículo policial. Uno de los tres fallecidos en el atentado. Su padre, Pedro, ha hecho hoy unas fuertes declaraciones poniendo de manifiesto que si es duro prepararse para sobrevivir a un padre, es imposible superar la pérdida de un hijo.
Yo, con toda sinceridad, no tengo nada que reprocharle.