Para la gente de mi generación, que, en familia, se reunían a la hora de la cena alrededor de una vieja General Electric en blanco y negro, las veladas de boxeo que por entonces retransmitía la Uno - solo había dos - eran uno de los momentos, junto con la copa de Europa, en los que nos sentíamos como cualquier otro europeo de los que entonces llamábamos civilizados. De los de arriba de los Pirineos, para que me entiendan. Aquellas veladas en el palacio de los Deportes de Madrid, nombres como Legrá, Carrasco, el morrosko Urtaín, después Perico Fernández o Pepe Durán, sus adversarios del más allá, Mando Ramos o Mangsuaring, eran nombres que aquellos chavales de mediados de los sesenta pronunciábamos con admiración. Cuando el Marca era el periódico en el que nuestro Manuel Alcántara era el especialista en boxeo, por poner un ejemplo, y no el panfleto manipulador y alienador de la crisis que vende dos millones de ejemplares en la actualidad. Gracias, precisamente a Marca TV, una de esas cadenas de nueva creación de la TDT que tanto molesta A Zapatero, volvemos a disfrutar los aficionados con ese deporte que por encima de todo es arte, esgrima y nobleza. Así, en estas fechas, vemos combates ya mucho más controlados, con mayor control médico y con un claro afán protector de quienes saltan al ring. Comienzan a sonar los herederos de César Chaves, Sugar Ray o los míticos pesos pesados de nuestra época.
En estas reflexiones me encontraba cuando pinché un hilo del foro de Diariosol.es y encontré un enlace que me llevaba al pleno de la corporación celebrado el pasado lunes. Se trataba de la intervención de un concejal - Francisco Zamorano - un púgil a la antigua usanza, criado en los gimnasios políticos desde que tuvo uso de razón y al que le sale el olor a vaselina por los poros. Zamorano hacia "sombra". En el argot, para los no iniciados, hacer "sombra" es pelear delante de un espejo lanzando golpes para inmediatamente protegerse de ellos. Es decir, es un entrenamiento sin rival, ataque-defensa. Supongo que quienes estuvieron presentes y quienes lo hayan visto por este mismo medio, sabrán a lo que me refiero. Fue un entrenamiento de lujo, para enseñar a las nuevas generaciones que se inician en cualquiera de estos nobles artes: políticas o boxeo.
No necesitó siquiera utilizar otros argumentos que también es capaz de poner en práctica: trabar el combate, llevarlo al cuerpo a cuerpo, algún que otro golpe bajo, artimañas de expertos en la materia que, en ocasiones, son necesarias para salir vencedor del lance o, al menos, alcanzar el combate nulo. No fue necesario. Zamorano saltó al ring de nuestro particular palacio, éste de Exposiciones y Congresos, a pelear contra un boxeador sonado. Un rival que ha perdido la razón, la iniciativa, el crédito y el equilibrio. Un rival que está tendido en la lona esperando una cuenta de diez, en este caso de cuatro, los meses que le quedan de sufrimiento. No crean que me refiero en esta ocasión a nadie concreto. Este gobierno, el equipo que le rodea, los funcionarios que carecen de dirección y destino eran, el pasado lunes, la representación de un boxeador noqueado, en la lona, esperando el golpe definitivo.
Y no será porque su afición le fuera infiel. Allí estaban todos, como un sólo hombre, tratando que su púgil se levantara de la lona. Les iba la vida en la pelea. Años de lucha para colarse en la administración por la puerta de atrás, a costa de lo que sea y de quién sea, incluida la propia salud del enfermo (Ayuntamiento). Para nada se cuestionaron si llegaba justo de entrenamiento, si había hecho los deberes a conciencia, si su entrenamiento era el adecuado. Ni siquiera si combatían con el mismo peso - en este caso intelectual - o habían mandado a la batalla a un bailarín con tutú. Para ellos es lo mismo. Que importa si al KO le sigue un coma y a éste la muerte política.
Para ellos, los primeros que abandonarán el barco cuando se hunda, no importa el medio sino el fín último: su ilegítimo interés.
... Cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve... K.O.
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