Las Ramblas, 1983

Recordaba la otra noche, entre vapores de alcohol de calidad y promesas de tiempos futuros, experiencias de tiempos pasados. Nombres como Rock Ola o Canet Rock, veranos de carretera y manta tras primaveras de descargas de barcos con estibas de cacao o café. Setenta kilos de tirilla con abrigo y mojado con la mirada fija en el Disco Express de turno y la ilusión de toda una generación ansiosa de cambios. Tiempos de vanguardia catalana, literatura y música,  Nazario y Ceesepe,  Ocaña y Camilo,  gérmen de la movida madrileña. De ella hablaremos otro día. Hoy, brujuleando por la red, me topo con la Ocaña en estado puro. Reviso el homenaje de la Chamorro en la Edad de Oro, con Nazario pasado de vueltas y Camilo, el cuerpo, siempre en la sombra, asistiendo, como algo ajeno, a la exaltación de la diva de la modernidad. 


Las imágenes, avanzadilla de la nueva ola aún por llegar, causan sensación casi treinta años después. Quienes debiéramos ser, por edad, maestros, asistimos como alumnos aventajados a una lección de frescura y espontaneidad. Fuera tabúes, dejemos paso a los recuerdos mientras, paralelamente, nos empapamos de la sangre vital que ha de mantenernos vivos durante las próximas - esperemos largas y satisfactorias - etapas del camino. Vivencias que, como colegialas ansiosas de experimentar, nos retrotraen a épocas en las que todo era nuevo, prohibido e inaccesible.

Con todo, la Ocaña que yo recuerdo, transgresora y nihilista, es la que paseaba Ramblas abajo y arriba tratando de epatar a las mentes bien pensantes y burguesas de la sociedad catalana de la época. El pueblo, los artistas de vanguardia y los progres de la época reunidos en el mejor Bocaccio, con Carlos Barral como maestro de ceremonias y Colita inmortalizando las noches.



Madrugadas de alcohol en vena, absenta en locales pasados de moda. Barcelona, entonces cuna de vanguardia y modernidad. Germen de lo que luego desarrolló la capital del Reino.