“Si
ganamos, perdemos”. Estas fueron las palabras que me dirigió un
conocido e influyente militante socialista en vísperas de las
elecciones municipales de 2007. Se refería, obviamente, a las cosas
que no le gustaban del funcionamiento de aquel partido que
desembocaron en la operación policial de 2008, al anuncio de crisis
económica que se cernía sobre nuestro país y al pinchazo de la
burbuja inmobiliaria. Estoy convencido de que cuando la euforia de
haber evitado una derrota que los sacara del gobierno en Andalucía
se haya pasado, los dirigentes del Partido Socialista y los de IU que
confían en gobernar junto a ellos comenzarán a pensar algo parecido
de la situación a la que habrán de enfrentarse. Una situación que
no por obligada les va a resultar ajena. Sabían, mucho tiempo atrás,
que vivían en una nube insostenible. Que habían dilapidado el
dinero público en todas y cada una de las historias que ustedes
conocen y resulta ya cansino repetir. Que no se atrevieron a tomar
las medidas de ahorro y recorte necesarias en aquellas partidas
presupuestarias en las que era posible porque ahí estaban su
clientela y su engaño pseudosocial en juego. Ahora deberán hacerlo
de donde más va a doler: sanidad, cultura y educación.
Podrá
parecer duro el vaticinio pero en otras comunidades ya han empezado a
sufrirlo. Cataluña, la eterna pedigueña, ya comenzó el copago
sanitario y los catalanes ven como cierran plantas enteras en
hospitales públicos y se eternizan las listas de espera para
cirugía. Madrid, tomó la delantera y optó por un sistema mixto que
permitiera sostener el sistema sin que el pagano fuera el paciente lo
que originó las consiguientes protestas sindicales pero el apoyo de
los madrileños en las urnas. Veremos el camino que toman Griñán y
sus socios de la kufiyya, el pañuelo de tirar piedras. El déficit
andaluz debe ser corregido o al menos encauzado en el próximo
Presupuesto de manera que, en un par de meses, tendremos la
respuesta. Mientras tanto, mañana, los españoles estamos convocados
a una huelga partidista, sectaria e injustificada en la que los
sindicatos corren el riesgo de perder la calle tras haber perdido la
vergüenza los últimos ocho años.
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