CASTAÑAS






No puede decirse que los resultados de mi primera y, se lo aseguro, última candidatura a una alcaldía, fueran espectaculares. Si acaso, de serlo, lo serían por sus escasos resultados. Tuve, en cambio, unas semanas de experiencias gratificantes con los vecinos que nos prestaron su apoyo y, lo que es más importante, su amistad y entrega generosa a una causa con pocas expectativas de resultados, es decir, que quienes estuvieron a nuestro lado, lo hicieron desde el convencimiento, desde la trinchera de los perdedores seguros, desde la administración de la miseria, en definitiva, desde la lealtad, las ideas claras y la decencia política.
Casi cinco años más tarde, sigo acudiendo regularmente a los distintos pueblos del Valle del Genal, hago parada en la venta, junto al río, y respiro el aire puro de la sierra que me trae a la memoria los aires de mi Cantabria natal. Me llaman, regularmente, mis amigos y me invitan a las fiestas de los distintos municipios a las que, lamentablemente, no siempre puedo asistir. Este año, sin ir más lejos, no pude asistir a la fiesta de la castaña en Pujerra.
Estas últimas semanas, cada tarde, al volver a casa, mis sentidos se activaban al llegar a la rotonda de la Avenida Juan Carlos I, el inconfundible olor a castaña recién asada me recordaba los inviernos de mi niñez, salvo por el tenderete. Yo recuerdo aquellas castañeras antiguas, al frente de su locomotora de vapor pintada de verde, asando en plena calle, con sus artilugios perfectamente recogidos, los sacos ordenados y la calle limpia, de lo contrario la autoridad tardaba en retirarte el negocio menos de los que se tarda en levantar un campito en Estepona, de los de verdad, trescientos metros cuadrados y piscina. El chiringuito de la avenida Juan Carlos es otra cosa. Más, no sé como expresarlo, vanguardista no es la expresión correcta. Más moderno sí es. Tiene, en lugar de un tren de mentirijillas, un coche de verdad, con su capó abierto y todo, ¡ah! Y terraza. Se sientan allí apoyados en el buga y le dan a la birra sin parar mientras nuestros vecinos tardan seis meses en obtener una licencia de obra, o una mínima ocupación de vía pública, eso sí, tras pagar los correspondientes impuestos municipales.
Esos olores, lamentablemente, no pude apreciarlos en la fiesta de la Virgen de Fátima en Pujerra, la fiesta de la castaña, a la que fui invitado y no pude acudir. No importa, otros lo hicieron en mi lugar y, dicen las malas lenguas, se asaron miles de castañas pero solo se coció una. Eso sí, al parecer, la cocción fue honda, muy honda y la castaña descomunal. No se sabe todavía, solo han pasado cinco días, si fue pilonga, dentata, plumila o chrysophilla como las americanas, mollisima o crenatas como en Asía o, lo más probable Castanea sativa como en el resto de Europa, pero quienes presenciaron el devenir de la misma, dicen que fue descomunal. No es que el interfecto nos venga a sorprender a estas alturas pero, por muy cocida que esté, a estas alturas de siglo XXI se desconocía la transformación de la castaña en cogorza, nueva aportación de Estepona y sus representantes a la humanidad.
Claro que no todo va a ser diversión, mientras unos se cuecen, otros escuchan recitales de piano en buena compañía e inigualable escenario natural. Es que no hay nada mejor que un buen oído musical para la paz interior. Pudiera ser que la razón de tan inusitado interés sea en un futuro la tranquilidad de los vecinos de la calle Málaga que, tras años de bacalao, comiencen a escuchar a Felipe Campuzano.
Vivir para ver, mal pensados que son algunos, solo buscaba la satisfacción de sus vecinos y el bienestar de los ciudadanos.