Había salido de Málaga a las doce del mediodía del Martes. Iba camino del cuartel del País Vasco, parada y fonda obligatoria donde se había trasladado hacía poco tiempo para sumar méritos y volver a su casa. Su casa era Málaga. Aquí, en el El Palo, donde sus suegros los acogían, le esperaban su mujer y su hijo con quienes acababa de pasar una semana de permiso.
No va a volver. A los chicos de los petardos -que decía el padre Xabier- se les ha ido la mano. Trescientos kilos de explosivos eran suficientes para hacer volar completamente el cuartel y destrozar la vida de las treinta personas que en ese momento dormian en su interior. Dios ha querido que la tragedia se haya visto minimizada y limitada, curiosa forma de describirlo, a la vida de Juan Manuel.
Malditos seais. Vosotros y vuestras putas siguientes generaciones.
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