LAS VENTAS




 

            Saben ustedes que la Monumental de Madrid es la primera plaza del mundo. En ella los carteles son de primer nivel y los espadas de la terna se acomodan tras múltiples encajes, casi como un tetrix, donde los egos y el trasfondo económico son la clave del resultado final. Para que se orienten, a nivel taurino, Estepona es una plaza de tercera, categoría que viene señalada principalmente por las exigencias de nivel del ganado que se lidia. Les he hecho esta pequeña introducción porque algo parecido ocurre a nivel judicial. Las noticias de ayer, jueves, en relación con el auto del Juez Garzón, por cierto para nada de mi devoción después de sus episodios cinegéticos, sitúan a algún conocido cercano a nivel de primera categoría como lidiador. Más aún diría yo, en la línea de toreros de brega, expertos en las llamadas “alimañas”, como se conoce a los toros de Victorino Martín, pues no es menos el Juez estrella, metafóricamente hablando, a la hora de salir de sus particulares toriles en la Audiencia Nacional.

            Claro que, ya en serio, y como en todos los casos salvando la presunción de inocencia, uno se queda ciertamente preocupado por la facilidad con que, de ser ciertos los hechos conocidos, pueden escaparse al control municipal las actuaciones del personal de confianza en el uso interesado de sus facultades delegadas, en consecuencia, de su poder. De nada vale que las cuentas estén auditadas, la contabilidad forme parte de la Cuenta General y deban estar aprobadas por el Pleno de la Corporación. Nadie es capaz de controlar los actos de aquellos en quién delega y, por el contrario, debe verse obligado a asumir las responsabilidades políticas derivadas de su decisión. Aún cuando dichos actos formen parte de lo no escrito y, por tanto, de lo no conocido por quienes, al final, deben responder políticamente de las actuaciones de los demás.

            La noticia de la imputación del concejal del Partido Popular aumenta, si no estaba bastante complicada la cosa, la incertidumbre de la Corporación municipal. Era de sobra conocida la relación amor-odio entre Galeote y Valadez. Relación que ha propiciado acuerdos de importancia, como el convenio de la Casa Real Saudí y discrepancias sonadas, como el famoso debate en esta casa en relación al personal municipal. Pero, no es menos cierto, que diría el interfecto, el Partido Popular ha venido jugando a la goma con el Equipo de Gobierno. Ahora estiro, ahora encojo y, mientras tanto, espero la autorización de la provincial para formar un gobierno de coalición que nos permita a ambos llegar al 2011 con gasolina en el depósito. Me temo, a la vista de los últimos hechos – presuntos – que esta opción se ha agotado. Ni a Valadez le interesa ya, una vez comprobado que puede llegar al final con el apoyo de los sindicatos (tendremos sorpresas en breve), ni el Partido Popular puede pensar en nada más que sobrevivir, conocidas sus discrepancias internas; y esperar la celebración de su asamblea con la consiguiente y necesaria renovación de caras, ánimos y esperanzas.  Una nueva dirección que les obligue a una oposición real, lejos de las componendas actuales, para así llegar al 2011 empujados por los vientos favorables de las elecciones del pasado domingo y, en su caso, los que vayan soplando de verse confirmados en las próximas convocatorias electorales.

            Tengo la sensación de que las próximas nos llevarán a un claro bipartidismo, quizá solo roto por la consolidación de alguna fuerza que se lo está ganando por su trabajo. Unas elecciones sin gastos de campaña, de pelear el voto puerta a puerta, calle a calle y barrio a barrio. De mancharse las manos.

 Mientras esto llega, calienta, Miguel Ángel, que vas a salir. Suponiendo que el riesgo laboral compense.