EL TESORO SIN APARECER





La Semana Santa llegó y para cuando lean ustedes estas líneas, Domingo por mor del día de descanso merecido de la gente de la prensa, ya habrá pasado y resucitado nuestro Señor. Y muchos habremos estado allí para verlo. Otros no, probablemente porque, aunque representen a nuestras instituciones, esta historia no va con ellos y solo faltaba que tuvieran que pagar el peaje que el cargo entraña en algo que no fueran copas y tapas. Que lo de la tradición está muy bien para campaña pero, luego de haber metido, nada de lo prometido. Pueden estar tranquilos que nadie les habrá echado en falta. Si acaso, todo hay que decirlo, se habrá echado en falta una mínima sensibilidad en forma de ayuda municipal para cuadrar el presupuesto de las hermandades y cofradías que este año se han quedado a verlas venir. Que no se trata del viejo debate entre laicismo o religiosidad, se trata, simplemente, de justicia. 


Especialmente, que el elevado porcentaje de cristianos que viven en nuestra ciudad, los que mayoritariamente sostienen con sus impuestos todo el tinglado puedan, dos veces al año, poner de manifiesto sus sentimientos y su fe. Se trata,  además, que aquellos a quienes han elegido para que los representen sean tan respetuosos con sus creencias como con cualquier otra manifestación festiva, artística o cultural. Piden y lo hacen sin molestar, tan solo, un poquito de respeto y sensibilidad.

            Por lo demás, la Semana Santa ha puesto de manifiesto la evidente crisis económica que atraviesa nuestro país. Es cierto que se ha notado la afluencia de visitantes en la ciudad, aunque en número menor que otros años, pero lo que resulta evidente es que vienen tiesos como la mojama. La sensación de frialdad, a pesar del excelente tiempo, en restaurantes, bares y terrazas contrastaba con el lleno a reventar que presentaban los aparcamientos de las grandes superficies que son quienes, verdaderamente, han hecho el agosto esta Semana Santa. Es cierto que al menos hay una buena noticia, las ganas de disfrutar y salir de casa de nuestros convecinos para, al menos por cuatro días, las penalidades y miserias de los dos últimos años y, lo que es peor, lo que queda por llegar.

            Como no podía ser de otra manera, llegó el primer gran descanso del año y seguimos sin encontrar el tesoro de la calle Caridad. Las obras de búsqueda continúan sin que, por el momento, el capitán del Odissey haya sido capaz de encontrar la referencia que le señalaban los mapas que le prestó el gran pirata que fue su antecesor. Hay quienes dicen que no lo encuentran porque el capitán no está nunca al frente del barco. Malas lenguas lo achacan a que las bajas son numerosas entre la marinería por problemas en el reparto del botín. Otros hablan de problemas de higiene y seguridad. Quién sabe donde está la verdad. Lo cierto es que, agujero tras agujero, el agujero negro económico invade a quienes tienen sus negocios en la zona y ven como pasan días, semanas y meses y el tesoro sigue sin aparecer. Si estarán preocupados en la cueva de los bucaneros que ya casi nadie se preocupa por las formas, tamaños, precios, diseños, trazados, rectas, plomos, plomadas, niveles y resto de componentes que la búsqueda lleva aparejado. Los curiosos guardan prudente silencio ante la evidencia de que, cuanto antes, mejor, al precio que sea y en las condiciones que sea. Ya lo solucionará otro después, levanta y renueva, en esa extraña paradoja de pagar dos veces por lo mismo ante la ineficacia manifiesta que llevamos años soportando.

            En fin, a la espera de San Isidro, Rocío y Feria que, como en la época de los romanos, a falta de riqueza y cultura, pan y circo es lo que habremos de disfrutar.