El río que nos lleva







Ha tenido que visitarnos un remedo de lo que debieron ser los cuarenta días y cuarenta noches, el Diluvio Universal lo llamaron, para darnos cuenta de lo precaria que es nuestra seguridad ante la madre naturaleza. Y lo es tanto por su fuerza devastadora como por nuestra torpeza y afán recaudador que hace que sólo nos acordemos de Santa Bárbara, nunca mejor dicho, cuando truena.
N o pienso hacer aquí un tratado del ecologista coñazo, entre otras cosas porque no lo soy - ecologista me refiero - y, además, porque sería jugar de forma ventajista y aprovechada como un torero malo ahora que está de moda el arte de Cúchares, es decir, a toro pasado y citando con el pico. Pero hay una serie de reglas básicas que no debemos olvidar y que la naturaleza nos recuerda cada vez que se mosquea de verdad como ha sido el caso. La primera de ellas podría ser que los ríos tienen un cauce, que ese cauce no es únicamente  el que habitualmente ocupan sino que existe una zona de inundación que se verá irremediablemente tomada por la naturaleza antes o después, como consecuencia del cambio climático o de la tercera glaciación y que todo lo que se construya en esa zona se verá afectado por el agua, también antes o después. Y que las administraciones y los técnicos que permiten disparates como los de Jerez de la Frontera son responsables de lo ocurrido y deberían solucionarlo y cargar con los gastos. No vale ahora decir que las construcciones son ilegales si durante años no sólo se ha hecho la vista gorda sino que se ha ido cada cuatro años o menos, depende si las generales y autonómicas coinciden con las municipales a esos asentamientos  pedir el voto mientras se miraba hacia otro lado.
Y digo Jerez de La Frontera como podía decir Estepona aunque aquí esta vez los daños hayan venido por otro lado, en este caso corrimientos de tierras que han afectado a la cimentación de viviendas, donde se ha seguido el mismo criterio a la hora de invadir el campo de construcciones ilegales, pseudolegales, alegales y manifiestamente atentatorias contra cualquier tipo de respeto no sólo al medio ambiente sino a quienes deben velar por él. No es la primera vez que lo digo y los resultados ya empiezan a estar a la vista, esta vez por la vía de la omisión pero, no se le olvide a nadie, no tardarán en llegar por la vía de la acción. Y es que no es de recibo que se nos llene la boca con las iregularidades de los vecinos y pidamos justicia contra plátanos y bananas cuando tenemos lo mismo en pleno paraje natural. Y encima diseminado. Porque está claro que una pantalla hace daño a la vista pero no vean ustedes lo que jode al medio ambiente y a la higiene de nuestros rios las miles de pantallitas sin ningún tipo de servicio  de las que gozamos en nuestra ciudad. Miles de casitas diseminadas sin la más mínima infraestructura en materia de carreteras, saneamiento, luz o agua residual, además de no estar catastradas gran parte de ellas por lo que no pagan impuesto alguno y, por el contrario, habremos de subvencionar cuando la madre naturaleza lo demande. Claro que hay algo peor que hacer la vista gorda: en este caso hacerla gorda primero para, sin solución de continuidad, hacerla fina cuando ya no nos gusta el mensaje del afectado. Que cinco años más tarde empiecen a ver la luz determinados expedientes por el simple hecho de que los titulares o sus familiares directos se han convertido en renglón torcido para los intereses del mismo que los guardó bajo llave tiene un nombre en el ordenamiento jurídico. Por acción u omisión, ya saben a que me refiero. 
Dicho esto, han pasado ya diez días del insulto al medio y la periodista sin que su compañero de título, que no de profesión, haya pedido disculpas. Era de esperar, pues es de necios perseverar en el error y hay cumplida constancia de la condición de cada cual. En el pecado lleva la penitencia y cuando vuelva a su condición de becario, por algo hay que empezar, comprobará lo dura e injusta que es la profesión que eligió. Mientras, Paula Puertas, satisfecha, caminará erguida entre un montón de avestruces con los que un día lejano coincidió en la facultad.