Pescado sin vender




Ya están aquí. Otra vez, esta noche de jueves, Estepona se ve envuelta en la vorágine de carteles, brochas y engrudo. Un evento que ya en los últimos años se había convertido en accesorio, fruto de la iconografía y el recuerdo de tiempos antiguos, un acto obligado por la memoria y la costumbre, recuerdo para quienes peinamos canas de épocas políticas de mayor esplendor e interés. Cierto es que es el momento de ver caras, de constatar, especialmente aquellos que gozaron de épocas de bonanza, en que ha quedado el ejército de Leónidas y si en el desfiladero de las Termópilas son trescientos o treinta los que se aprecian al volver la vista atrás. Todo dependerá, salvo en las grandes formaciones que se prevén concentrarán la mayor parte de los votos, según las encuestas de andar por casa, del número de puestos de trabajo y otras prebendas prometidos para obtener la lealtad. A pesar de ello - algunos lo hemos vivido en primera persona - incluso el más necesitado y zalamero tendrá esta noche algún compromiso ineludible, viaje imprevisto o problema familiar. Algunos de los grupos minoritarios comprenderán esta noche lo efímero de su esfuerzo, personal y económico, en una campaña en que, a falta de “mecenas desinteresados”, habrá de ser el patrimonio personal y los préstamos de campaña los que se pongan sobre la mesa. Hoy, algunos de los aspirantes a la alcaldía se darán cuenta mirando a su alrededor que, sin empezar la campaña, ya han perdido las elecciones.

Para muchos observadores lo que se vivirá esta noche será absolutamente anecdótico toda vez que la tecnología ha venido a sustituir esta parafernalia en desuso. Lo que era el acto estrella se ha convertido en un acontecimiento que tiende a desaparecer superado por la utilización de las redes sociales - lo que no está en Facebook o Twitter no existe - basado de forma fundamental en la capacidad de llegar al máximo de personas con el mínimo coste económico. Los gabinetes de campaña, colaboradores y jóvenes militantes, se esfuerzan en copar el mayor espacio posible en la red de forma que sus mensajes se vean amplificados en progresión aritmética. Una actitud que ya forma parte del panorama diario incluso fuera de épocas electorales. Todos y cada uno de sus líderes se comunican de esta forma con la militancia y mantienen un contacto diario con ella y sus compañeros de partido de unas y otras regiones con un simple golpe de ratón.

No tengo yo nada claro que para que la campaña funcione las cosas hayan de ser así. No al menos en nuestro más cercano ámbito local. Mi impresión, personal e intransferible, es que el pescado no está del todo vendido. Estepona es un paraíso muy particular en el que habitualmente las cosas nunca han sido lo que parecían. Que se vayan olvidando los aspirantes al sillón de Valadez, especialmente los componentes de la lista que se presume más votada, de todo lo que no sea patear la calle, llamar a los timbres y pedir el voto mirando a los ojos de los vecinos. Las reuniones familiares, de partido, actos multitudinarios y visitas de grandes líderes, solo provocan la unidad y el éxtasis de los convencidos sin esfuerzo. La mayoría, la verdadera, la que da independencia para la generosidad, está en las barriadas menos frecuentadas, en las urbanizaciones del extrarradio, allá donde te miran con desconfianza porque no te han visto la cara hasta hoy y, además, tus adversarios, con la ventaja que ofrecen los actos de gobierno te han hecho un traje a la medida de una extraña mezcla de miedo y desconfianza. De hechos como este, de visitas inesperadas como la efectuada por el candidato popular a las brigadas operativas a su entrada al trabajo, están preñadas las mayorías absolutas. Por eso, desde la más firme convición de que una ciudad como la nuestra necesita un giro de 180º es por lo que animo a los candidatos a pelear por su lugar en los bancos del Palacio de Congresos. Es hora de remangarse y ponerse el traje de faena. Pero no es trabajo de uno, por mucho de lo que ese uno sea capaz de hacer en solitario.