La otra tarde, aburrida y solitaria, me entretuve en imaginar lo que hubiera querido ser en mi vida de haber podido elegir. La cuestión, no vayan creerlo, no resultó baladí. Son muchas las personas a las que admiro, muchos los asuntos que me interesan y demasiados los intereses a barajar para tomar tal decisión. De manera que, puesto manos a la obra, seguidamente tienen la definitiva elección de mis poco elevadas aspiraciones:
Lo primero, para tomar la decisión, fue establecer mis prioridades. Teniendo en cuenta que soy un hombre del Siglo XX, sólo podría elegir una opción válida en mi espacio temporal. Me gustan, mortal e imperfecto, y no en éste orden: el fútbol, el cine, la música, la lectura y los toros. Hay otros muchos temas que despiertan mi interés pero, la verdad, de reencarnarme, espero que tarde, me gustaría que fuera en uno de éstos. Así es que, por convicción absoluta y admiración personal y profesional desde que era un niño abandonado al que la escuela taurina salvó de la calle, entre los personajes a elegir el primero fue el torero: Jose Miguel Arroyo, "Joselito", al que tuve ocasión de ver, entre otras muchas tardes, en la corrida goyesca del 2 de mayo de 1996. Una tarde, en Las Ventas, en la que sentí aquello que nunca podrán entender los detractores de la feria. El pellizco, la descarga eléctrica, que sólo en circunstancias muy especiales, ante el amor o el arte, se sienten, y que, como en caso del toro, en el del amor termina casi siempre con una cornada en la femoral.
En cuestión cinematográfica habría mucho que discutir. Cine negro americano, neorrealismo italiano, cine español no, con toda seguridad. Al final, entre cientos de momentos, decido por intuición y un recuerdo reciente de horas de brujuleo por internet. Un flash puntual, la imagen de una mujer bellísima, no excesivamente conocida para el gran público, pero una actriz mítica: Pier Angeli. La fotografía, junto al director Robert Wise (West Side Story, entre otras), en "Marcado por el Odio", una historia sobre la vida de Rocky Graziano, un boxeador inmortal, que protagoniza junto a un magnífico Paul Newman. No me hubiera importado, de haber nacido mujer, haberme encarnado en la piel suave de la genial intérprete, amada por el cine italiano de la época e idolatrada por los genios de la industria de Hollywood.
En lo que se refiere al fútbol tampoco me cabe la menor duda. Recuerdos de infancia y juventud. Los hubo, los hay y los habrá superiores en calidad, capacidad goleadora y técnica, pero a éste lo ví debutar en el viejo Sardinero, en un partido de tercera división que era la categoría en la que entonces militaba el Racing, con el Pontevedra por rival y marcar dos goles en dos cabezazos marca de la casa: Carlos Alonso González, "Santillana". Dieciocho años en el Madrid y un ejemplo a imitar tanto en lo deportivo como en lo personal. Hubiera dado todo por protagonizar dentro de su piel las remontadas históricas del Bernabeu de finales de los ochenta, cuando "noventa minuti en el Bernabeu, sono molto longos" que dijera el recordado Juanito.
Quizá sea la música lo más complejo de elegir. Son muchos los episodios, muchas las historias y conciertos vividos y muchas las sensaciones que habría que barajar. Por eso debo retrotraerme a la primera época, cuando, en una entrada fechas atrás, les contaba los trabajos en el muelle de mi ciudad natal, en pleno verano, aunque allí nunca se sabe cuando cae, descargando sacos de cemento, cacao y café para comprar el último LP editado, mandar dinero con algún amigo que viajara a Londres en busca del vinilo descatalogado o a través de la suscripción al entonces incipiente Discoplay. La época en que me publicaban, fueron mis primeros esbozos en la escritura, en el Disco Express que dirigía Jordi Sierra y Fabra, siendo todavía un niño. De aquella época recuerdo cercana en el tiempo la muerte de Duane Allman, el guitarrista de los Allman Brothers, mítico grupo de rock sureño y obsesión musical de la época. Un mercadillo de domingo en el que pagué quinientas pesetas de la época por un vinilo de segunda mano, que todavía conservo, de un grupo llamado Hourglass, embrión de lo que después fueron los Allman Brothers, en veinte canciones de escasos tres minutos en la mas pura esencia Creedence. Evidentemente, no voy a elegir la muerte, me quedo con el susto. El susto, en aquel contexto, se produce en el año 75 con la irrupción del Born to Run de Springsteen. Un LP memorable que me hizo acudir a las fuentes. A su disco anterior, del que me quedo con la imagen de un Bruce poco más que adolescente, como yo en esa época, cantando Rosalita (Come out tonight) en directo, al frente de la E-Street Band. Además, todo hay que decirlo, me encantaba y me encanta Patty Schialfa.
He dejado para el final, de forma voluntaria, la lectura. Y lo he hecho porque, como pueden comprobar por el título, todo lo anterior no ha sido sino una disculpa, un Mc Guffin, al más puro estilo Hitchcock, espero que bien formulado, para mostrarles lo que verdaderamente me hubiera gustado ser y representar. El personaje, real o imaginario, que más me impactó en los años en los que a uno, todavía, le impactan las cosas y le dejan recuerdos para siempre. Ayer, leyendo una información sobre el problema de Gabriel García Márquez con el olvido y la memoria, me acordé del gitano Melquiades. De aquellas noches, con poco más de quince años, en las que leí por primera vez Cien años de Soledad. Para mí la mejor novela de ficción escrita en castellano y cómo me sumergí en el mundo mágico que desarrollaba Gabo. La aldea de Macondo, José Arcadio Buendía, Aureliano, Úrsula y Melquíades, el gitano que llevó al pueblo, a Macondo, el milagro de la barra de hielo. Los ojos de admiración con que eran recibidos sus "inventos", únicamente desconocidos en aquella remota aldea en la que los vivos hablaban con los muertos y el tiempo se había detenido mientras se sucedían historias de amores, desamores, desgracias y amarga soledad. Cómo el pueblo fue poseído por la enfermedad del olvido que trajeron aquel grupo de gitanos que encabezaba Melquíades y como lo superaron a base de poner pasquines con el nombre de las cosas para no olvidarlas y romper, con los años, el maleficio.
Hoy, puede que no me entiendan, renuncio a todo lo que significan los cuatro estados anteriores que hubieran sido objeto de deseo en cualquier otro momento para mí. Hoy me quedo con Melquíades, el viejo gitano descubridor de nuevos mundos que, al final de sus días, desconocía en cual de ellos vivía. El soñador capaz de generar alegría e ilusión en quienes le rodean. El mago, bendita magia hasta que se rompe, capaz de poner ilusión en la mirada de la gente y conseguir, como el viejo manchego, que los molinos parezcan gigantes.
Por cierto, no dejen de leerlo, me lo agradecerán.




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