El primer minuto 03.11.2011
Un día más, la indignación toma cuerpo en las gentes de bien. Ayer, escasos veinte días después de la anunciada tregua de ETA, el tiempo vuelve a darnos la razón a quienes siempre tuvimos claro que la botella estaba medio vacía o vacía del todo. Ayer, una juez de la Audiencia Nacional, Ángela Murillo, por segunda vez en su trayectoria profesional, rompía con lo políticamente correcto y exclamaba, de forma textual: "Pobre mujer, y encima se ríen estos cabrones". La queja, la indignación de la juez Murillo, iba dirigida contra un asesino convicto y confeso, Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, quién permanecía sonriente e impasible ante el relato del asesinato de un concejal de UPN (Unión del Pueblo Navarro) por parte de su mujer, además de mantener una postura arrogante y de desafío ante el tribunal que le estaba juzgando.
García Gaztelu, Txapote para la gentuza que le rodea, chapapote moral para el ciudadano común, no es un etarra cualquiera. Este elemento, para que nos entendamos de forma clara, es el responsable directo del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Es el responsable del tiro en la nuca al concejal del Partido Popular y del tiro en la nuca a toda una generación de españoles. También, todo hay que decirlo, es el responsable de la unidad de un país frente al chantaje terrorista por encima de diferencias ideológicas por primera vez en su historia y, sin proponérselo, probablemente del inicio del fin de su organización terrorista. Por eso, la pasada semana, les decía que no creía en el abandono de la lucha por parte de los terroristas de ETA, ni creía en las buenas palabras de sus soportes políticos, ni creía en la buena voluntad de quienes nos presentaban el cese de la violencia con un único objetivo electoral.
Sigo en mis trece en relación al terrorismo: solo será posible pasar página si se produce el abandono definitivo de las armas, la solicitud de perdón a las víctimas y el cumplimiento de las penas que los tribunales de justicia estimen necesarias. Los únicos que se han ganado el derecho legítimo a vivir en paz, quienes deben disfrutar del bienestar del triunfo de la justicia frente al terror, son las víctimas de la barbarie etarra. En su memoria, en el de sus allegados, es necesaria la unidad democrática.
Como en la última película de Enrique Urbizu, en materia de lucha terrorista, no debe haber paz para los malvados.
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