A su manera





Han pasado 48 horas desde que se fue. Una periodista de raza, una loba para todos quienes la rodeaban, compañeros, amigos o enemigos. A unos nos amamantaba con su cariño y amistad, a los otros los mordía con tal fuerza que nunca olvidaban la caricia. Era, como todos los periodistas de raza, de difícil acceso. Acercarse a ella era una aventura complicada, lograr su confianza una tarea ardua, especialmente si tu actividad profesional estaba ligada a la política de una u otra manera. Una vez atravesada la barrera de la desconfianza, que solo era una autodefensa larvada en años de desengaños y decepciones políticas y personales, era la loba que alimentaba la información veraz y la investigación arriesgada a veces compleja de publicar por intereses empresariales. Periodista de casta, de las criadas en redacciones a la antigua a lomos de Olivettis recién engrasadas, cafés cargados y paquete de tabaco de impenitente fumadora de uñas amarillas. Sombra fugaz que, al caer la noche, cuando la ciudad duerme, atravesaba las avenidas vacías, siempre sin prisa, a la busca de las noticias de los búhos, las que se consiguen entre ginebras inglesas y confidencias de madrugada.
Marga era, a pesar de la coraza que su intuición le aconsejaba, una matriarca. En sus pechos escasos de mujer afilada y cervantina, enjuta y de apariencia débil, nos recogíamos a recibir la seguridad de su sentido común, consejos atinados y experiencia contrastada. Era, a pesar de su apariencia, una mujer fuerte y decidida. Una mujer que, en su última etapa, al frente del gabinete de prensa del Partido Popular en Estepona, cuando en plena campaña electoral se desató el maldito cáncer que le hizo padecer de forma cruel los últimos meses de su vida, hizo de tripas corazón y se mantuvo al pie del cañón hasta el último día. Exactamente hasta el último día, porque después no volvió. Ni siquiera pudo disfrutar de la victoria, ya abatida en el dolor. Una victoria debida en gran medida a su profesionalidad y olfato político.
Hoy, el sábado pudo comprobarse en su despedida, muchos nos sentimos huérfanos. A mi me queda un consuelo. Tras más de diez años de amistad y numerosos intentos fallidos, conocí a Margarita, su hija. Nunca olvidaré el abrazo en que nos fundimos cuando me presenté a ella y la promesa de recordar a su madre que nos hicimos. Me conmovió su fuerza, herencia clara de mi amiga, y la valentía con que la despidió enfundada en una llamativa americana fucsia propiedad de su madre. Una madre que, esté donde esté, vigilará y guiará nuestros pasos. Genio y figura de periodista de otra época que vivió y murió a su manera.
Descansa en paz amiga.