Tengo que reconocer que esta última semana he echado de menos al capitán Stubbing. Si, aquel del Princesa del Pacífico que recorría el Caribe feliz entre amores a primera vista e historias sabor a chicle que nos animaban las noches de los años setenta y ochenta. Por el contrario, he echado de más al capitán Schettino, a falta de una R para cretino, un perfecto imbécil al que no se le ocurrió más que presumir de uniforme junto a un arrecife y cuya imbecilidad ha causado varios muertos y desaparecidos además de incontables pérdidas económicas. Claro que los árboles no nos deben impedir ver el bosque. No era la primera vez que Schettino hacía la gracia ante sus paisanos ni la primera vez que las autoridades portuarias hacían la vista gorda ante la estupidez supina del macarra transalpino. Lo verdaderamente grave es que una empresa, la propietaria del buque Concordia, puede irse a pique detrás de su crucero - la caída de la cotización en bolsa es un buen anticipo - por sus propios errores al no impedir con todos los medios a su alcance la secuencia de unos hechos previsibles.
No es creíble la falta de control de la naviera sobre el rumbo del barco. Un rumbo que le situaba a 300 metros del arrecife cuando lo recomendable es un mínimo de tres millas náuticas, salvo que se esté aproximando a puerto por los canales de navegación existentes y con el apoyo del práctico del puerto, no debe ser ajeno a los responsables de una empresa cotizada en bolsa. Cuando los medios nos permiten seguir todos los vehículos de una flota de transporte, controlar sus paradas, los kilómetros recorridos y hasta el mínimo incidente en su trayectoria, no es de recibo lo sucedido en la isla de Giglio. Claro que en manos de un capitán que en su defensa argumenta haberse caido a un bote salvavidas como Obelix a la marmita de la poción mágica y en un país hasta hace tres días presidido por Berlusconi cualquier cosa ha de ser posible. O sea, como éste.
0 comentarios:
Publicar un comentario