Es posible que el asunto a tratar hoy les parezca trivial o poco adecuado pero les garantizó que anoche tardé más tiempo en encontrar un asunto del que hablarles que en escribirlo. Me dirán que solo con abrir el periódico, el ordenador o la ventana, encontraría cien razones para un libro. Pero lo cierto es que, en torno a la crisis, sus orígenes y sus consecuencias los temas se agotan de forma irremediable o terminan siendo recurrentes y reiterativos. Y en esas estaba, cuando leo que la policía ha decomisado en un polígono industrial de Málaga más de quince mil botellas de alcohol de garrafa. La verdad es que, ingenuo de mí, a tenor del precio de las copas, jamás pudiera sospechar que a estas alturas continuaran estas prácticas. Y no es que continúen, es que han vuelto como consecuencia de la crisis.
El comúnmente llamado "garrafón" es el relleno de las botellas de marca con alcohol metílico, de mucha más graduación y más tóxico que el etílico, además de bastante más barato. Las consecuencias de su ingesta son variadas. Una recuperación más costosa al día siguiente, sensación corporal de intoxicación, nauseas, vómitos, malestar general y un tremendo dolor de cabeza. Y lo peor, la sensación de haber sido engañado, timado y pisoteado en tus derechos. Sentirse como un gilipollas tras pagar siete euros por cuatro tragos de un licor venenoso y poner cara de póker mientras le sigues el juego de los saludos y simpatía al envenenador, es moneda de uso común cada fin de semana sin que nadie ponga coto al abuso.
Ante este tipo de acontecimientos y a poco que se alargue la crisis, volverán prácticas olvidadas y me escucharán hablar sobre el estraperlo como fórmula alternativa a la compra habitual o el gasógeno en los vehículos por no alcanzar a pagar el precio de la gasolina. Ójala que no.
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