No fue el de ayer un buen día para Alberto Contador. El asunto del doping, en nuestro país, ha sido siempre un terreno movedizo en el que quienes debían adentrarse lo han hecho mal y a destiempo. También, justo es reconocerlo, hemos actuado con un espíritu chauvinista y provinciano, cerrando los ojos a una realidad evidente y reaccionando a espaldas de lo que en el resto de Europa era una actitud de combate y persecución de los tramposos. Y ha ocurrido lo que tenía que ocurrir, que ha llegado el lobo justo en el momento más inoportuno y golpeando en un deportista admirado y, al menos para mi, aún ejemplar. El TAC, el tribunal que lo ha juzgado, ha dado un mazazo a la línea de flotación deportiva de un país además de poner de manifiesto la mayor de las injusticias: condenar reconociendo en la sentencia que no se ha podido demostrar la culpabilidad. Y hacerlo, por si fuera poco a la mayor de las penas posibles. Un autentico disparate y un atentado a toda razón lógica y jurídica.
La segunda parte debiera ser inmediata. Si este país tiene peso en los órganos internacionales deportivos y si no lo tiene debe hacerlo en los tribunales ordinarios, se debe dar una respuesta contundente. Hay que exigir una igualdad de trato en todos, absolutamente todos los deportes. Los que generan ingresos menores y aquellos que soportan el tinglado. No es de recibo que unos sean perseguidos por los vampiros - tenis, atletismo o ciclismo - mientras otros se van de rositas con un simple análisis de orina que como todo el mundo sabe sirve poco más que para comprobar un embarazo. La justicia deportiva es un engaño, un bluff que necesita cabezas de turco. De forma que alguien tan sospechoso como Amstrong se ha ido de rositas y a Contador le han tocado las espinas.
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