No lo puedo remediar, Cándido y Toxo me despiertan una infinita ternura. Tan callados, tan amables, tan buenos comedores, especialmente Cándido, han asistído en silencio a la creación de una enorme bolsa de trabajadores. La de quienes hacen cola en la fila del INEM. Y lo han hecho sin pestañear, sin mover un músculo, sin un solo rictus de desaprobación, únicamente preocupados por que las subvenciones de sus cursos, las millonarias subvenciones de las que disfrutan los sindicatos que presiden, cayeran en las cuentas bancarias. Así, solo así, ellos y sus acólitos mantenían el silencio ante la que se estaba formando y evitaban el contacto con la fría realidad de la calle.
Una calle que ahora, precisamente ahora, amenazan con tomar. Y no lo hacen porque no estén de acuerdo con las medidas que contiene la reforma laboral aprobada la pasada semana por el gobierno, en absoluto; lo hacen porque la reforma, más o menos dura, más o menos eficaz, amenaza con flexibilizar el mercado y poner en manos de empresa y trabajador la gestión de sus relaciones. Acaba con los macroconvenios y pone los mimbres necesarios para que a cada empresa, especialmente las pequeñas y los autónomos, que suponen más del 80% del total, discutan sus propias relaciones en un marco previamente establecido pero abiertos a la negociación entre las partes. Y elimina la intermediación, los liberados y la obligatoriedad de seguir criterios pensados para escenarios diferentes. Y en estas condiciones, Cándido y Toxo, Toxo y Cándido, comienzan a ser historia. Y los liberados subvencionados también. Y eso duele.
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