La niña de España se ha hecho mayor. Quién le iba a decir a Arancha, nuestra Aranchita de París que iba a reunir a su alrededor más periodistas por una discusión familiar que por una victoria en Roland Garrós o una medalla olímpica. La explicación no crean que resulta extremadamente compleja. Este es un país de cotillas y ustedes y yo no somos una excepción. 160 periodistas rodeaban ayer a la campeona española para conocer sus intimidades familiares, sus problemas económicos y sus miserias. Unos periodistas a la busca del morbo que despierta una discrepancia familiar aireada públicamente y una población deseosa de carnaza de famoso, de casquería económica y despojos de héroe venido a menos.
A mí, como viejo aficionado al tenis, me resulta más cercana Arancha que su núcleo familiar. Siempre consideré excesiva la protección que ejercían sus padres, especialmente su madre, pero tampoco era nada extraño. El sórdido mundo del tenis femenino, la soledad de los vestuarios, los rumores sobre determinadas conductas sexuales y su excesiva juventud en un mundo que genera notables ingresos económicos hacían razonable este control. Parece, a tenor de la denuncia pública, que el control ha ido más allá y se ha convertido en abuso. Es difícil tomar partido sin conocer los detalles pero me da que la burbuja, la maldita burbuja, puede haberles explotado en las narices y dejado a Arancha compuesta y con novio pero sin dote.
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