Europa si, pero no a cualquier precio. Este pasado fin de semana, Rajoy, tras constatar que Elena Espinosa, la ministra económica de Zapatero, le había contado una milonga con la expectativa del déficit, plató cara a Europa y les dijo: hasta aquí vamos a llegar. Entre otras cosas porque no podemos llegar a más, No se puede, en aras de una ambición ahorradora más elevada, esquilmar a un pueblo y hacer patente entre la ciudadanía la sensación de una ruina inminente. Rajoy, europeista convencido, es, por encima de todo, español, y como español le duele lo que ocurre en su país y entre el susto y la muerte, ha elegido el susto. Medidas correctoras, si. Ahorro y sacrificio, si, pero no a costa de lo que sea. En tan solo dos meses el presidente del gobierno ha demostrado más valor, más claridad de ideas y más capacidad de sacrificio que su antecesor en ocho años. Y a costa de enfrentarse al partido mayoritario en la oposición, los sindicatos y a la banca, de impedir tomar la calle a los alborotadores y de poner en cuestión una casi mayoría absoluta en Andalucía de su partido.
Justo lo que la gente de bien estaba pidiendo. Un gobierno que les cuente la verdad, aunque duela. Que gobierne, aunque eso suponga sacrificios, porque es la única manera de que este país comience a ver la luz al final del túnel en el que se encuentra sumido.
Mientras esto ocurre, un medio de comunicación ha localizado restos de los trenes presuntamente destruidos tras el atentado terrorista del que se cumplen ocho años la semana que viene. Restos que han sido ocultados a la justicia por los responsables de interior y que, con toda probabilidad, escondan la solución a un misterio juzgado y condenado pero no resuelto. El Fiscal General del Estado ha ordenado abrir diligencias e investigar. A lo mejor, en breve, sabremos que explotó y quién estaba detrás de ello. Hoy por hoy, lo desconocemos y la memoria de 198 víctimas exige saber la verdad. Como decía Rubalcaba ahora hace ocho años.
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